martes, abril 20, 2010

Por qué no soy cristiano

Hay muchas personas que no comprenden cómo es que alguien llega a ser un incrédulo de cualquier tipo. Les parece especialmente increíble el que alguien llegue a decirse ateo. Tanto les sorprende a algunos que se han llegado a decir cosas de lo más extrañas. “No eres ateo, solo estás molesto con Dios”, “Seguro tuviste una mala experiencia con la religión”, “seguro no sabes bien qué es Dios/el alma/la trinidad/etc.” o cualquier otro concepto que se supone deberíamos tragarnos de forma sumisa y callada, sin la más mínima pizca de duda.

Vivimos en sociedades donde las costumbres tienden a ser uno de los pocos factores cohesionantes en la actualidad. En algunos casos, estas costumbres adquieren fuerza legal (como en las legislaciones que en los códigos legales afirman que a falta de leyes se juzga según las buenas costumbres y el sentido común). Entre estas costumbres sobresale la religión. Se supone que todos heredemos la religión de nuestra familia, de modo que se perpetúa junto a las demás costumbres transmitibles. Cuando alguien decide ser ateo, esa cadena, símbolo de continuidad y unidad, se rompe y da paso a los malentendidos, el enojo, la incomprensión e incluso a acciones violentas.

Todo esto ocurre porque al abandonar la creencia familiar se rompe uno de los vínculos afectivos entre las generaciones al interior de las familias. Lo mismo se puede aplicar al ámbito nacional. Siendo la sociedad de una nación una especie de gran familia extendida, se puede aplicar el mismo tipo de descripción psicología que a cualquier familia, solo que a una escala mayor, a la vez que deben salvarse las distancias que entre extraños serían prácticamente las mismas que entre los parientes muy lejanos.

El ateísmo es visto como una ruptura con la sociedad, en especial si en la misma la religiosidad es un factor importante. También depende de la religiosidad individual, y el efecto de grupo, así como su cantidad, ejercen sobre las conciencias individuales. Normalmente, la tendencia inicial, como con cualquier situación que se considera potencialmente negativa es la negación. Un ejemplo de esto se dio con G.W. Bush padre, al declarar públicamente que los ateos no podían ser “verdaderos ciudadanos americanos ni patriotas”.

En este escrito, pretendo sacar a relucir las principales razones por las cuales muchas personas vuelven su mirada hacia el ateísmo como una alternativa válida, valiente, acorde con los hechos así como ética y moralmente responsable ante el mal llamado “problema de la existencia”. Esas razones son generales, y excluyen a quienes se denominan “ateos irracionalistas” y a quienes lo son por parte de padres (excluyendo a quienes son parte de religiones ateas, como el budismo).

Debo decir que este también fue mi propio proceso de pensamiento, y aunque el orden a seguir no tiene por qué ser el aquí expuesto, necesariamente todos los ateos tienen en mente estos conceptos, muchos de los cuales serán mas importantes que otros, e incluso serán clave a la hora de comprender los motivos, las razones y las justificaciones de su increencia personal.

Comencemos por un punto cero. Hay algo que normalmente quienes creen en alguna deidad olvidan, y es la obligación que tienen de probar sus creencias. Esta obligación está tipificada como Onus Probandi. El que afirma (en primera instancia) es el que prueba, no el que niega. Los creyentes son quines deben probar la veracidad de sus creencias, no al revés. Durante mucho tiempo se ha creído que somos los incrédulos quienes debemos justificarnos, sin embargo eso no es lo correcto. Quienes descreemos no tenemos obligación alguna en presentar justificación positiva a menos que quienes creen puedan comprobar mas allá de toda duda la certeza de sus respectivos artículos de fe. Esto es un malentendido que a menudo sucede, y que pone a la defensiva a todos por igual, ya que los creyentes no conocen sus obligaciones filosóficas, lógicas y ontológicas, así como los ateos y también los agnósticos desconocen sus derechos discursivos, en aras de defenderse de los ataques de quienes quieren imponer su fe a los demás sin escuchar pruebas ni argumentos en contrario.

De esta forma, llegamos al primer punto. Considerando Onus Probandi, se pueden decir dos cosas: Las creencias en sí mismas no tienen un valor veritativo inherente (no son ciertas porque sí), ni valor alguno proveniente de la cantidad de adherentes que posea (pues eso sería la falacia del argumento ad numerum). Por tanto, la conclusión es clara: Ninguna creencia o fe tiene o debe tener preferencia sobre otra, pues ninguna vale nada ni es cierta hasta prueba en contrario, por lo cual se puede decir sin temor a equivocarse, que todas valen lo mismo, vale decir, nada.

El segundo punto está relacionado con este. Ninguna creencia o fe es cierta hasta que se demuestre lo contrario. Esto conlleva a otra conclusión: Las ontologías propias de cada creencia tampoco son ciertas hasta que se demuestren, por lo tanto, no es posible adjudicarles ni siquiera un pequeño porcentaje de verosimilitud. Jehová no es más ni menos probable en realidad, sino que no es probable en absoluto hasta que se demuestre su existencia.

Esta puede parecer una declaración precipitada y bastante extremista, sin embrago no lo es. Cualquier entidad sobrenatural, hasta no ser probado tendría la misma posibilidad de existir que cualquier otra cosa que imaginemos, por más imposible que esta sea. Dado que continuamos suponiendo Onus Probandi, hasta prueba en contrario las religiones o creencias no pasarían de ser meros productos culturales propios de cada pueblo durante el transcurso de la historia. Y como sabemos que la posibilidad de que exista cualquier cosa que imaginemos es prácticamente nula (a menos que en verdad existan los elefantes rosados cósmicos que sostienen el mundo o algo parecido) por ser corteses, aunque en realidad no hay razón alguna para no afirmar la verdad: Que es imposible que exista cualquier cosa que creamos.

La tercera razón por la cual ser ateo es que, siendo consecuentes con Onus Probandi, la entidad o suceso sobrenatural en el que los creyentes quisieran que creamos debe estar bien definido en sus propiedades, atributos y características. La entidad elegida no debe ser contradictoria tanto interna (entre sus propios atributos y características) como externamente (sus atributos y características contra el mundo conocido y predecible). Una entidad creadora o que afecte en forma alguna el universo conocido forzosamente debe ser compatible con las leyes del mismo, y la energía o materia de la que están compuestos debe ser interconvertible con la de nuestro universo. Esa es la única forma en la que una entidad de ese tipo sería posible, pues tendría un mínimo de coherencia lógica y de compatibilidad con las leyes de la física.

Un dios que no se ajuste a la descripción anterior sería imposible, y solo podría sostenérselo por medio de la fe. Fe que no prueba nada, y que solo sirve para confirmar las opiniones previas que una persona con juicios formados previamente pueda tener, o de consuelo para quien anhela desesperadamente un significado intrínseco para esta vacía vida, el cual no cuenta con ninguna prueba en su favor.